sábado, 24 de julio de 2021

COLLAGE DIGITAL INTERACTIVO, INSPIRADO EN UN CUENTO DE LIDIA NICOLAI



Para interactuar con la aplicación, clickeás la bandera verde para arrancar una primera disposición aleatoria de las imágenes, con tamaños también al azar. Podés hacerlo varias veces hasta que te gusten esos atributos, luego podrás arrastrar cada uimagen y clickearla hasta lograr la intensidad o nivel que te guste de transparencia. La idea es que puedas generar diferentes producciones con el mismo material, enfatizando aspectos en uno y otros en los demás. 
 
EL LIBRO 
(cuento en el que se inspira esta aplicación, programada en Scratch)

Corrí y alcancé el atestado colectivo de las ocho. Me desplacé entre la gente y logré ubicarme en la mitad de atrás. Dos pasajeros me apretujaban de costado y, a la altura de mi estómago, mi cuerpo casi tocaba la cabeza de una persona sentada cuyos pelos brillantes llamaron mi atención. Me los quedé mirando, hasta que una frenada brusca inclinó mi cuerpo hacia la izquierda y me permitió descubrir que se trataba de una mujer que sostenía un libro sobre su falda verde. 
Las manos de la mujer cerraron y abrieron las tapas varias veces con cierta brusquedad. El movimiento me hizo pensar en un aplauso dedicado, y ése fue el instante en que mi vida tomó un curso nuevo. Por supuesto que esto lo pensé después, porque en ese momento sólo me dejé cautivar por los labios de la mujer: se movían al paso de las hojas como una mariposa roja aleteando sobre un campo verde vivo. 
Un sacudón en una bocacalle con cunetas profundas, y fui a dar con todo el peso de mi cuerpo contra la señora menuda que tenía a mi izquierda la que, no obstante, mis disculpas, me echó una mirada de reproche. Un segundo después, bien erguida, volví a la brillantez del pelo y de ahí al libro en primer plano: se levantó despegándose del regazo de la mujer y se movió hacia mi izquierda. Desde mi posición, otra vez presencié el remedo de aplauso. El libro abierto, quieto por unos instantes, se acomodó de tal manera que pude leer: "y el aire fresco que entraba por la ventana la hizo tiritar. Se vistió lo más rápido posible y salió a la calle con los pelos aún mojados. Se le había hecho un poco tarde pero el colectivo parecía estar esperándola." 
El texto se me ofrecía para su lectura en una posición tan cómoda que rogué en silencio que la dueña me permitiera terminar antes de cambiar de página. Pasados unos minutos supe que llegaríamos al final. La primera persona del plural viene a cuento porque, a esa altura del viaje, las dos leíamos sincronizadas. 
Pero ahí no terminó todo. No había acabado de pensar "he aquí un buen cuento" cuando la mujer se puso de pie y, extendiendo su mano derecha, me ofreció el libro. 
―Tómelo ―me dijo con voz firme―, es suyo. 
―No ―atiné a decir retrocediendo un paso―, no es mío. 
―Sí ―dijo imperativa―, tiene que tomar la posta. 
Tomé el libro y me senté, mientras la mujer, muy apurada, se apeaba. Leí:"La cabeza con los pelos brillantes que tenía justo debajo de sus ojos ocupó su atención por unos minutos..." El texto relataba lo que me había sucedido desde que me detuviera junto al libro, aún antes de descubrirlo. Y bastaron unos segundos para darme cuenta de que se había ido escribiendo a medida que experimentaba con él. Tenía ante mí un trozo de mi historia. El final de mi cuento era algo inesperado y me daba esperanzas sobre un amor que ya creía perdido: un futuro posible; una alternativa que mi mente aún no había vislumbrado. En segundos descendería del colectivo. 
El hombre de bigotes, parado al lado de mi asiento, tomó la posta −con más naturalidad de la que había hecho gala yo, debo decir −aunque no pudo evitar mirarme con los ojos claros muy abiertos y los labios esbozando un ¡oh! silencioso. 
Y bajé apurada, aleteando, y recordé la mariposa roja sobre el campo verde vivo.

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