La Chica del colectivo
Por suerte olvidé tu cara,
muchacha del colectivo,
porque aún tengo clavada
en mi honor la puñalada,
que una tarde de invierno hundiste
cuando el asiento me diste, en el
que cómoda viajabas.
Lo acepté inocentemente
pensando que ya bajabas,
pero enseguida ocupaste
el lugar que abandonaba
un pasajero que sí realmente,
su viaje terminaba.
Cuando comprendí el motivo
de haber conseguido asiento
apenas hube subido,
y que adjudiqué a la suerte,
cuando en realidad se trataba
de un sentimiento muy noble
que tu corazón abrigaba
hacia una persona mayor,
reconozco con dolor
lo lindo que fue tu gesto,
pero en mí has de saber,
con apenas sesenta años,
produjiste un terremoto
y me empecé a preguntar,
¿para qué tanto ejercicio
con tan buena televisión?
¿porqué dejé de fumar,
que era mi único vicio?
¿Y la comida tan sana,
escasa de colesterol?
Cuando el destino alcancé,
te busqué con la mirada,
todavía estabas sentada
con tu vista en el pasaje
¿acaso buscabas viejos
entre los que iban parados?
¿serás una mente aviesa
que denigra veteranos,
para sentirte buenita,
por haber hecho algo malo?
¿o seré yo el trastornado
al que le cuesta entender
que el tiempo lo ha pisoteado?
¿Tendré que tomar en serio
tu cesión como un alerta,
y arrancar con un implante,
tal vez un estiramiento?
Con el orgullo en muletas,
pero las piernas aún sanas,
ahora estoy avisado,
la próxima vez que me pase
aunque reviente de ganas y
mi cuerpo lo necesite,
miraré hacia otro lado
y con un cortés “ya me bajo”,
rechazaré el convite.
Muchacha del colectivo,
Quédate con el espejo que
te devolvió mi cara, yo,
aunque mal te recuerde
para no olvidarte escribo.
Bien claro fue tu mensaje:
el tiempo es inexorable,
hasta se atrevió conmigo.
(Nota de Rosa: mi reencuentro con Claudio, muchos años después, casi desde nuestra adolescencia, es algo muy conmovedor. Un poema sobre el impacto de la edad, entre otras cosas, puede ilustrarlo muy bien. Muy pronto, publicaré otros textos de su autoría, lo que me llena de alegría.)
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