Finalmente vi la película de Von Trotta sobre la filósofa
Annah Arendt y en particular sobre la reacción que sus artículos relatando el
juicio a Eichmann provocaron en el público.
No es que su análisis sobre la conducta de muchos líderes y dirigentes judíos -cercana o emparentada al perfil de
Judenrat- no tenga fundamento en los "hechos" como ella dice, pero la cuestión es que el solo acto de escribir sobre ello en un mismo texto donde describe la indiferencia del criminal nazi -ella lo menciona como mediocre, como un "don nadie", como un ejemplo de la "banalidad" del mal, etc.-, la forma vejatoria (hacia las víctimas) en que el nazi expone sus "excusas" frente a los horrendos crímenes cometidos de los que él es parte ejecutora (aunque no "haya matado personalmente" a nadie), aludiendo a la obediencia de órdenes, al sistema imperante o a la educación recibida, me produce rechazo.
Tal vez no haya sido la intención de la filósofa, pero para cualquier persona que no conoce el tema, incorporar en un mismo análisis a víctimas y victimarios sólo beneficia al negacionismo de la Shoá y no a esclarecer los motivos de la conducta humana.
El historiador
Gershom Scholem indicó, algunos meses después de la publicación del libro de Arendt, que echaba de menos un juicio equilibrado. «En los campos se destruía la dignidad de las personas y, tal como dice usted misma, se las llevaba a colaborar en su propia destrucción, ayudando en la ejecución de los demás reclusos y otros actos similares. ¿Y por eso debe estar borrosa la frontera entre víctimas y verdugos? ¡Qué perversidad! Y nosotros debemos llegar y decir que los mismos judíos tuvieron su "participación" en el asesinato de judíos.»
Si alguien -por más "burocrático" que haya sido su estilo -pudo entre los otros miles de nazis- ejecutar la tarea de deportar y transportar a miles de judíos a los campos de concentración para su exterminio a diario, y en forma minuciosa, resulta muy difícil creer como Arendt, que "Eichmann no era antisemita, no pensaba en el bien y el mal".
El juicio a Eichmann fue el primero después de los de
Núremberg, y se logró gracias a una acción clandestina del Mosad para raptarlo en Argentina -donde vivía con otro nombre-, recién en 1960, pues probablemente de otra manera no se hubiese logrado (miles de nazis emigraron a Sudamérica donde encontraron un paraíso legal... después de la Segunda Guerra). Y sabemos que el juicio a Eichmann marcó un límite a la impunidad de miles de empleados y funcionarios alemanes que después de la guerra seguían tranquilamente ocupando los mismos puestos en la Administración y el gobierno.
Hizo falta un hecho espectacular, sí, impactante para que el pueblo alemán en particular y el mundo en general dejaran de enterrar los hechos de la Shoá, de los que
recientemente Alemania abrió los archivos ordenadamente clasificados de las víctimas.
Si la
Shoá es tan difícil de comprender y aceptar, en lugar de poner el énfasis en los también trágicos errores y miserias de las víctimas -que por ser humanos, obviamente existieron- quizás sea más útil estudiar un poco más la conducta de los miles de
héroes anónimos -judíos o gentiles como Oskar Schindler, Walemberg, Maximiliano Kolbe y otros tantos- desconocidos, que sin creerse importantes, consideraron que debían hacer algo para salvar por lo menos una vida. Gente que actuó como su conciencia le dictaba, como consideró que era correcto: de ellos deberíamos aprender algo para educar a las futuras generaciones.