La segunda o tercera vez que escuché hablar de este escritor fue en el libro de Rosa Montero, "La ridícula idea de no volverte a ver" cuando dice que el escritor le habló sobre la carga que los judíos tienen respecto de los muertos. Que es tan enorme -por no haber podido cerrar la historia en común con ellos- que requiere una fuerza sobrehumana.
La primera vez que oí hablar de Oz fue porque mi amiga Débora Taub, que vive en Roma y es hija y sobrina de sobrevivientes de los campos de concentración nazis, me lo recomendó, cuando estuvo en Argentina hace un año y medio. Dejé anotados en un papel varios autores que Débora me recomendaba leer, creo que eran israelíes. Y luego, por una cosa u otra, perdí de vista el papel.
Se trata de lecturas -supuse- que siempre dejo a mitad de camino por la dificultad de soportar las historias. Ya me pasó con el libro "El lector" de Schlink (cuya historia había visto en cine), con la novela gráfica Mauss, de Art Spigelman, cuyo segundo tomo compré, pero jamás logré empezar y con muchas otras obras que a medida que avanza la historia, se pone muy difícil para mí el aguantar el dolor de un final trágico e insoportable.
El mismo final que tuvieron mis antepasados y cuyas consecuencias pude sentir en el sufrimiento de mis padres y otros parientes.
Siempre cuento una anécdota sobre mi ex suegra. Perla tenía una serie de fotografías en un cuadro que siempre me llamaban la atención por algo raro que transmitían. Pensé que se trataría de las fallas propias de las fotos antiguas, pero un día le pregunté al respecto, y así me enteré que esas fotos en realidad formaban una especie de montaje que ella había armado (quizás por eso tenían ese aire fantasmal). "Nunca tuve a todos estos familiares juntos para posar en la foto", me dijo.
Admiré profundamente la capacidad de Perla para "armar" la historia de su familia, ya que ésta había quedado abortada por el exterminio nazi.
Mi papá, en cambio, tenía otras formas de vivir un duelo. Siempre hablaba del ídish -su idioma materno- y se enojaba con los judíos sionistas porque habían impuesto el hebreo como idioma oficial del Estado de Israel, en su creación a partir de 1948. El dolor adquiría tal vez la forma de reproche a sus "hermanos" por no haber estado presentes (durante la Shoá muchos de los jóvenes judíos y europeos, estaban en Palestina, luchando por el estado de Israel), o por no mantener la memoria (de la cultura y la vida del shtétl que transcurrió durante más de 600 años en idish, mientras que el hebreo se reservaba para lo estrictamente religioso).
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