Cuando decimos que alguien es un "maestro" en su especialidad nos referimos a que es un referente, un experto. Pero al maestro y maestra de grado hace tiempo que bajo las supuestas pedagogías no tradicionales lo denominamos de nuevas formas para referirnos a que "no abarca todo el conocimiento y la verdad". Lo empezamos a llamar "facilitador", "guía", "orientador", "tutor" o, en una versión más sindicalizada, "trabajador" de la educación, incluso "docente".
Sin embargo, cuando en 2020 muchos maestros llevaron los bolsones de comida a la casa de los alumnos en ciudad de Buenos Aires tanto como en provincia, esos maestros volvieron a ejercer el papel de "segunda mamá" o "papá", y en ellos recayó desde la alimentación hasta la enseñanza, pasando x la contención.
Los maestros deberían recuperar primero su denominación y junto con su nombre, su dignidad.
A nadie se le ocurre cambiarle el nombre a un abogado o arquitecto, llamándolos x ejemplo trabajadores de la justicia o de la construcción. Tampoco a un diputado o senador.
Desde el lenguaje también ejercemos sin querer el primer acto de desvalorización. Los demás están a la vista.
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